sábado, 18 de junio de 2011

Funkadelic vampires

Manuwalde, un príncipe africano, viaja junto a su esposa a Transilvania para pedir ayuda, ni más ni menos, que al mismísimo Drácula (¿no había otro que pudiese ayudar?) para erradicar la explotación y el comercio de esclavos negros. Ingenuos ellos que venían del nordeste del delta del Níger, y no conocían la picaresca rumana, son atacados por Drácula, como era de esperar, y los convierte en peligrosos mordedores con eterna sed de sangre. 

A Manuwalde lo encierra en un ataúd para disfrutar del sueño eterno. Hasta que dos siglos más tarde una pareja de anticuarios gays de California se acerca a comprar objetos que se encontraban en el castillo, llevándose consigo hasta L.A a Blácula.

El despertar de su mandato de terror comienza con la muerte de los dos vendedores de antigüedades. Durante la búsqueda de nuevas víctimas se topa con Tina, la cual le recuerda a su esposa Luva, a la que desea poseer para recuperar el amor de su esposa. Los asesinatos y las mordeduras se extienden poco a poco por la ciudad, y es el amigo forense de Tina quien comienza a hilar cabos sueltos, su fin: descubrir a Manuwalde y así poder proteger a su amiga. 

Muy años setenta, en su ensencia y elección de la música de acompañamiento que es parte del encanto de ‘Blácula’, elementos que nosotros, como una audiencia de casi 40 años después, entendemos como algo surrealista, bizarro y casi cómico.
Maquillajes verdes que parecen casi de función de colegio, algunos decorados de cartón piedra también sacados de la función del colegio, las cortinas mejor amortizadas de toda la historia del cine, sospechosamente va vestido de Conde Drácula (capa incluida) toda la peli pero nadie se percata, además de discreto Manuwalde es ingenioso, pide Bloody Marys cuando sale de farra (¡que perspicaz, ese guión!)

Aún así, siéntate y disfruta del primer vampiro negro, no la veas con ojos de hoy, intenta disfrutar de la autenticidad de esta obra blaxploitation. 







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